Día 9 – Eras mi madre, no mi hija, ni mi amiga, ni mi rival
Mamá…
Hoy, por fin, me atrevo a decir lo que antes solo sentía como un nudo en el pecho:
muchas veces me perdí en un rol que no era mío.
Te quise como hija, como amiga, como refugio…
pero también me vi intentando ser tu consuelo, tu compañera de batallas, tu cómplice.
Y sin darme cuenta, tomé papeles que me confundieron:
papeles que te aliviaban, pero que me robaban la infancia, la claridad y hasta la identidad.
No eras mi hija, mamá.
Yo no estaba aquí para salvarte ni para cuidarte emocionalmente.
Tú eras la madre. Yo era la hija.
Y tampoco eras mi amiga.
Porque aunque hablábamos de muchas cosas,
una parte de mí sabía que en realidad te estaba acompañando desde una responsabilidad mal colocada.
Y en algunos momentos…
también te sentí como rival.
Porque cuando intentaba brillar, crecer o elegir diferente,
sentía que algo en ti se incomodaba, se hería, o se cerraba.
Y eso me confundía profundamente.
“Eras mi madre, mamá… no mi hija, ni mi amiga, ni mi rival.
Y hoy, por fin, te devuelvo cada uno de esos lugares que ocupé sin querer.”
Lo digo con amor.
Con la claridad de una mujer que empieza a poner orden dentro de sí.
Que necesita sanar la estructura emocional para poder avanzar sin miedo, sin culpa y sin confusión.
Hoy me doy el permiso de ocupar el único lugar que siempre debí tener:
ser tu hija.
Y desde ese lugar, empezar de nuevo.
Honrarte como madre.
Soltar la sobrecarga.
Dejar la competencia.
Y nutrirme sin enredos.
Gracias por la vida.
Gracias por lo que fuiste capaz de dar.
Gracias también por lo que no supiste manejar, porque eso me hizo buscar con más conciencia.
Yo hoy te reconozco…
y me reconozco.
Con amor firme,
tu hija…
la que hoy deja de confundirse para poder florecer.
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